Queridos amigos en Cristo,
Hace un año litúrgico, muchos de nosotros que, a cargo de congregaciones, mientras nos preparábamos para el Miércoles de Ceniza, estábamos atentos a las noticias. Un extraño virus al que llamaban Covid-19 amenazaba con un gran contagio. No estaba muy claro la seriedad con la que debíamos considerar la noticia de este extraño virus. Mi modo de pensar, en ese momento, era de no ceder: ningún virus iba a acabar con nuestra liturgia del Miércoles de Ceniza. Y así lo hicimos, como soldados. Solo unas semanas después nos dimos cuenta de la seriedad y ya nos encontrábamos en cuarentena. Yo, como tantos sacerdotes que dirigen congregaciones, sentí un profundo dolor por lo que se nos pedía que hiciéramos: planear una Semana Santa y una Pascua sin estar reunidos físicamente, sin la Sagrada Eucaristía. También recuerdo haber pensado: "¡Esperaremos con ansias la próxima Pascua, cuando todos volvamos a estar juntos!".
Es doloroso darnos cuenta de que anticipamos el final de la pandemia antes de tiempo. Es difícil pensar con optimismo, porque desde hace un año aún no ha terminado. Estamos en el segundo año de protocolos pandémicos; y estamos planeando el segundo año de Cuaresma, Semana Santa y Pascua pandémica.
El Miércoles de Ceniza presenta un desafío único para nosotros, mientras luchamos por asimilar todo el año pasado y nos esforzamos por vivir en este mundo anormal con sus rutinas anormales. La imposición de cenizas es un desafío ya que estamos observando los protocolos Covid-19. El enfoque alternativo de esparcir cenizas en la cabeza es ciertamente bíblico e histórico, y tiene sentido en la realidad actual para la seguridad en una distancia física, el uso de máscaras y el lavado de manos. Pero me pregunto ¿qué significa el ritual del Miércoles de Ceniza? Me pregunto acerca de las formas en que participamos en el espíritu del Miércoles de Ceniza, incluyendo en la ausencia de la acostumbrada imposición de las cenizas.
El ritual del Miércoles de Ceniza estaba destinado a preparar a los penitentes para ser recibidos nuevamente en la comunidad de fe. Tenía el propósito de centrarse en el corazón y la mente de los fieles sobre el comportamiento de la vida que los separaban de Dios, y el invitarlos a renunciar a algo. Una de las razones por las que motivamos para renunciar a algo durante la Cuaresma, es para crear intencionalmente, la sensación de falta o ausencia de algo en nuestra rutina diaria, de modo que nos detengamos y conscientemente reflexionemos en esa ausencia y hagamos oración.
Honestamente, no quiero renunciar a nada en esta Cuaresma. Siento que he renunciado a muchas cosas debido a esta pandemia. Pero el otro día, mientras reflexionaba sobre esta resistencia, mis pensamientos se fueron hacia aquellos cuyas vidas han sido interrumpidas, desestabilizadas y están desesperadas, incluso en tiempos no Covid. Empecé a pensar en lo que el ritual del Miércoles de Ceniza nos invita, cuando ya hemos renunciado a tanto. Esta reflexión me llevó a pensar sobre la profundidad del sacrificio centrada en Cristo. No se trata de sufrir y mostrar el sufrimiento de uno, se trata de renunciar a esa insistencia necia de tener el control de todo. Se trata de renunciar a la creencia egoísta de que son los otros los que necesitan arrepentirse. El miércoles de ceniza es el inicio de la temporada para abandonar nuestros corazones endurecidos.
Estos tiempos son extremadamente difíciles, y más aún cuando tratamos de ser La Comunidad Amada en medio de un torbellino caótico de miedo, de odio, de ira, de acusaciones, de auto engrandecimiento, de superioridad moral y la desesperación. Sin embargo, en cuanto más tratamos de imponer nuestra voluntad, nuestro control, nuestra importancia personal, nos enredamos más en nuestros pecados: alejándonos de Dios, que solo nos pide que aceptemos el amor de Dios y nos amemos unos a otros.
Quiero sugerir que hagamos algo muy atrevido y radical este Miércoles de Ceniza. Les pido a cada uno de nosotros que reflexionemos sobre lo que se nos pide para renunciar a las partes de nuestro corazón que están endurecidas. Abandonar nuestra superioridad moral, el cinismo, el oído sordo hacia los que no están de acuerdo con nosotros. Abandonar esas partes endurecidas de nuestro corazón y, por otra parte, abrir nuestro corazón para amarnos unos a otros. ¡Punto!
Sin condiciones, sin requisitos previos, sin clasificaciones. Tomemos este tiempo, empezando con el Miércoles de Ceniza, para arrepentirnos de nuestros corazones endurecidos y las formas en que nos hemos separado unos de otros. Aprovechemos este tiempo para abrir nuestro corazón al "otro" (es decir: el que no está de acuerdo con nosotros) y amarlo reflejando el amor infinito de Dios por nosotros.
Sí, ya estamos cansados y agotados por esta pandemia. Y aun así, Dios nos llama a dejar a un lado nuestra resistencia y dejar entrar ese amor maravilloso que sobrepasa todo entendimiento, incluso cuando reconocemos que somos polvo y al polvo volveremos.
Bendiciones este Miércoles de Ceniza y les deseo una Santa Cuaresma,
Obispa Diana
--
La Revdma. Diana Akiyama
Obispa de la Diócesis Episcopal del Oeste de Oregon