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'Hace algunos años cuando estaba dando mis primeras charlas sobre meditación, mostré una que estaba preparando a uno de mis colegas conferencistas de Londres. Cuando vino a comentarme lo que yo le había mostrado, parecía muy serio. Dijo: "¿Verdad que eso no es todo?" Yo le contesté: "Sí, es todo, en realidad." Pero él comentó: "Tú tenías algunas anécdotas graciosas para incluir. " Y yo le respondí: "Bueno, no había pensado en incluir ninguna." Entonces él agregó: "Si das esa charla tal como está, te aseguro que todos se van a ir absolutamente desesperados.
Recordé esto cuando estaba en Manchester la semana pasada y el hombre que coordina nuestros grupos allí, y que tiene una actitud bastante positiva hacia mí, se me acercó cuando estaba por subir al estrado para comenzar la charla y me dijo: "Padre, va a incluir alguna anécdota graciosa, ¿verdad?". Mi colega en Londres hubiera continuado diciendo: "Si no vas a contar alguna anécdota graciosa, por lo menos tienes que avisarles antes de dar la charla".
Comencemos esta reflexión acerca de la pobreza con seriedad, pensando en las siguientes palabras de San Pablo, por cierto, dadoras de fuerza:
"Que Él te dé fuerzas, en su glorioso poder, para poder enfrentarte a lo que sea con fortaleza, paciencia y alegría; y para dar gracias al Padre que te ha hecho de forma tal que puedas compartir la herencia del pueblo de Dios en el reino de la luz" (FCol 1, 11-12).
Las cualidades del sendero espiritual que San Pablo describe aquí pueden ayudarnos a ver la pobreza, que es lo que necesitamos para llegar a la fuerza de Dios, como el terreno esencial para la compasión.